Creo que nunca me había enamorado hasta que conocí a mi novio. Antes de eso había tenido una relación muy tortuosa y fregadísima. Él era jefe de departamento de la universidad. Desde la primera vez que lo vi quedé fascinada. No solo porque era muy guapo sino porque era terrible y avasalladoramente inteligente. Hablada 5 idiomas. Sabía de memoria a los clásicos y recitaba pasajes enteros de las obras de los surrealistas franceses. Yo quedé totalmente flechada. Era un hombre fascinante. No me importaba que tuviera “500 años” más que yo, me encantaban sus canas, su manera de ocultarlas cuando se escarmenaba a solas en su oficina con un peinecito negro. Me gustaba cuando, a pesar de ser tan culto, pronunciaba mal ciertas palabras argumentando interferencia lingüística. Me gustaba verlo tan alto y tan delicioso con sus ternos oscuros y sus corbatas de colores brillantes, siempre con un cigarrillo marroncito, largo y de menta. La primera vez que me invitó a salir, lo busqué en su oficina después de clases, fuimos a un restaurante cerca de la universidad y yo casi me muero de la angustia cuando lo vi estacionar su carro en ese lugar archi frecuentado por todo el mundo. “Tendría suerte de que me vean con una chica tan linda como tú”, me dijo mi querido profesor. Y así entre coqueteo y coqueteo, mientras yo le decía profe esto, profe el otro (qué buen afrodisíaco son los títulos!!!!) me estampó un beso picante que me dura hasta ahora. Claro que con el tiempo, uno va descubriendo las intrigas de eso catedráticos coquetones. Siempre rompiéndoles el corazón a chiquillas lindas y tranquilitas salidas de exclusivos colegios de monjas. “Mueven nuestro mundo”, es verdad. Pero poco a poco vas descubriendo que eso de hablar 5 idiomas es una farsa, que al final son vagas nociones aprendidas en cursos por CD, frasecitas que bien colocadas pueden hacer maravillas. De pronto, te sorprende notar que tanta memoria para los libros es una trafa porque a pesar de eso no pueden ni encontrar el sujeto y el predicado en una oración. Así, te das cuenta que en el fondo no son tíos ni tan elegantes ni tan avasalladoramente inteligentes, que son más bien un poco torpes y desordenados porque sino cualquier mujer de su edad les daría bola y no tendrían que andar persiguiendo a cachimbas medio perdidas a las cuales les ocultan las fotos de sus hijas y a veces de sus esposas. Lo que seduce es el poder… qué se va a hacer!!!!
Bueno, el caso está en que mi corazón quedó medio roto. Luego conocí a algunos otros chicos no tan importantes hasta que apareció mi novio, de eso ya hace “varios siglos”. Tan lindo él, con los pies tan en el aire, tan incapaz de darme la razón en algo, con un alma tan díscola ("soy rebelde porque el mundo me hizo así porque nadie me ha tratado con amor") e intensa que provocaba la ternura más grande del mundo. Desde que lo vi supe que era él el que haría que yo me vaya al carajo y terminará parada o sentada o echada en el mismo lugar por mucho mucho tiempo. Desde que lo vi supe que él completaba una parte de mi rompecabezas y empecé a quererlo con todos los cariños del mundo; un poco como mi padre, un poco como mi hermano, un poco como mi amante, un poco como mi amigo… Y todo marchaba de maravilla, con altas y bajas, con peleas y pasión, con rupturas y amistes, con ganas de tener hijos, casas y barquitos de papel hasta que alguna vez él me dijo que me quería más que a nadie, más que a su vida y sin embargo… y sin embargo algo no estaba del todo bien. Fue allí, en todo ese trance, que conocí a mi príncipe azul. No era guapo; era feo, en realidad. No era inteligente. No era culto. No hablaba más que el español cervantino y lo hablaba mal. Sin embargo era el hombre perfecto. El que me adivinaba el pensamiento y me terminaba las frases antes que yo misma las pensara. El que me grababa un CD con mis canciones favoritas sin que yo le haya dicho nunca cuales eran. Así, conocí a XXXX. Primero cruzamos miradas, después una sonrisa, luego sin querer queriendo estábamos en la barra de un bar contándonos las vidas y luego fuimos inclasificables; ni amantes, ni amigos, ni demás títulos… sólo inclasificables. Y poco importaban los daños y perjuicios porque mi príncipe charming no dejaba de mirarme con deseo en los ojos, porque había escrito miles de poemas para mí("y tiene, corazón de poeta"), porque me llamaba cada cinco minutos para decirme “larguémonos, chica, hacia el mar”. Quizá por eso cuando mi novio me dejó no me sentí culpable (guerra avisada no mata gente!!!!) por haber pensado en dejarlo primero. Y pensé que tal vez algo bueno podía salir de todo esto, pero recordé la gran negativa: “Todo se resumía a un asunto de lunares”. Mi novio los conocía todos, los buenos, los ocultos, los feos… y no había otra persona sobre la tierra que pudiera descifrar esos caminos. No puedo negar que a veces cuando me siento mal, aún a miles de kilómetros de distancia mi celular repica inesperadamente con nuestra canción favorita y es la voz de XXXX la que me consuela. Y es también él el primero en saludarme en mi cumpleaños y el único que manda flores. Sí pues, conocí al hombre perfecto, a la horma de mi zapato, a mi gemelo en negativo. O tal vez todo eso del príncipe azul sea solo un invento de la tele, de los libros y las masas. Tal vez mi hombre perfecto sea el que me ha visto llorar, gritar, vomitar, escupir, despertarme en la mañana con toda la malanoche encima, con el cabello hecho un desastre y el maquillaje corrido y aún así me dé un beso de buenos días y me diga: “Hola linda” o quizá no, tal vez sí conocí al hombre perfecto pero decidí quedarme con el hombre que amo y aún espero que no se nos apague la luz.
Soy una maldita romántica!!!!