Melancholia ha impactado en Lima, en mi casa, en el escritorio de mi oficina, y yo estoy aquí a puertas del fin del mundo, preguntándome si de verdad todo se acabará.
Si la tierra muere, su agonía me agarrará en una reunión de Navidad del trabajo, no con mi madre ni con mi padre ni con mi novio ni con mi hermana ni con mi abuelo que ya se fue. Me agarrará en una reunión intrascendente con gente que veo todos los días y aprecio pero creo que no me quieren ni me aprecian tanto. Me agarrará hablando de bobadas y probablemente del fin del mundo mismo. Entonces, ahora que Melancholia ha chocado contra mi escritorio, yo me pregunto si acaso no sería mejor abandonar el libro que acabo de empezar a leer o quizá desvelarme toda la noche leyéndolo para que cuando el fin del mundo llegue lo haya terminado. Y entonces, si el final llega, me encontrará sin haber completado el triplete estrella y no haber tenido nunca un hijo, y eso es algo que no puedo remediar en los pocos días que quedan.Y también pienso que tal vez sería mejor no terminar de pagar esa deuda que tengo, no llevar el nuevo modelo de sandalias a mi zapatero personal porque no habrá verano para usarlas, y ya no tendrá importancia que no haya pasado por el sastre para recoger lo pendiente. Mejor seguir flojeando en el trabajo, no esforzarme en terminar los informes pendientes, no respetar el código de vestimenta y no comprar el cargamento de regalos navideños que me falta. Eso sí abrazar a los míos, no dejar de decir lo no dicho, hacer el amor con mi novio y no pensar más. Porque si el fin del mundo llega y todo se acaba y no hay mañana y Melancholia choca con nosotros y nos destruye y esta vez las catástrofes son ciertas...
Todo este año han sido catástrofes: el calendario maya que acaba, el planeta que choca con la tierra, el gran terremoto que destruirá Lima, catástrofes y catástrofes y nada de eso pasa y yo nunca me he preocupado porque eso pase, pero ahora no puedo dejar de pensarlo un poco...
Quisiera que en vez de catástrofes en el periódico se publiquen cosas buenas: lluvia de flores cae sobre la tierra; toda la gente del mundo sonreirá a la misma hora; en Navidad todos los niños serán zares... Pero esas cosas no pasan y las tragedias anunciadas tampoco... Mi gran problema con los malos presagios, con los posibles informes negativos, es que cada vez que me salvo de uno mi fatalismo me impulsa a pensar que si este no es el que me toca entonces: ¿cuándo será el siguiente? Por eso un miedo secreto con un zumbido de abejas a veces me impulsa a pensar que solo tal vez sería mejor que lo malo pasará ya, de una vez, y tener que darle la pelea ahora y no saber en qué momento del futuro me tocará ese después. Claro, con eso no digo que quiero que se acabe el mundo el viernes, por supuesto que no.