En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

viernes, 6 de diciembre de 2019

He dejado de escribir aquí muchos meses, lo sé. Tal vez porque la vida me ha ido muy rápido. Tal vez porque se supone que debería de ocuparme de otras cosas y no de escribir cojudeces.
Acabo de tomar dos vasos de pisco mientras termino de corregir exámenes de mis alumnos. Mi esposo me mira raro, cree que es el estrés. En realidad es el estrés, pero también es que ayer te he vuelto a ver después de muchísimo tiempo. No nos hemos puesto de acuerdo en cuántos años han pasado, pero sabemos que han sido más que diez. Creo que iré por el tercer vaso y seguiré corrigiendo mientras la chica que trabaja en mi casa me pregunta cosas sobre la ropa y la cocina. Mientras mi esposo sale de casa y se va a trabajar y yo escribo. Con la intención de que la escritura, como siempre, me salve, aquiete mi corazón y me permita continuar el día sin hacer ninguna estupidez. Mientras la música de Sabina, Héroes, Perales y todo mi mix de idioteces cursis pasa por mi celular. Mientras entre que me animo y me desanimo pongo notas más o menos altas según las canciones que pasan y mi humor. Según me voy acordando de ti y de ayer.
Tercer vaso de chilcano, intenté con wisky, pero no me gustó. Siempre tengo el bar bien surtido.
En verdad no sé bien qué me inquieta. Quizá la desconexión en cierto plano con mi chico. Quizá la conexión en otros planos contigo. Quizá la tonelada de trabajo que no acabo. Quizá todo... Yo tengo una moral rara. Pero dentro de esa moral, sé que he hecho mal en verte de alguna forma, aunque nada haya pasado. Sé que he hecho mal porque le he mentido a mi chico, y mentir me ha dado remordimiento. Culpa. Verdadera culpa católica en todo mi ser. Me di cuenta que jamás en casi quince años le había mentido. Alguna vez en mi vida he sido una buena mentirosa, he sido la mejor. Pero ahora acabo de comprobar que no podía volver a serlo.
Este tercer trago me ha dado más tranquilidad y claridad. No es el trago, es escribir. Eso me salva, me reconcilia, me recompone. Escribir me aquieta el corazón. Siempre ha sido así. Escribir me va a permitir no escribirte a ti. No lanzar mi mierda bienintencionada y poética con ventilador. Si hay algo que aprendí contigo es que uno debe hacerse responsable de sus palabras. No voy a comer el mismo error y hablar y escribir lo que debo guardar para mí. Pero solo quiero dejar constancia de que es inevitable no sentir algo al verte. No sé, para mí tú (y la yo que soy contigo) es el símbolo de tantas cosas: de mis 20 años, del coqueteo, del amor, de la intensidad, de esa yo bonita que soy cuando me pongo chévere e intensa. Esa yo que no puedo ser a mis 38 años, con mi marido, en el día a día, con mis alumnos. Quisiera ser esa yo de nuevo, pero como te decía ayer la vida te pasa de largo. La vida me ha pasado de largo y a veces no puedo dejar de sonar como una pobre niña clasemediera con suerte. Como una pobre mujer que se casó con palma y corona. Como una tonta que aún corre para ir por sus sueños.
De todos modos, es bonito recordar. Es bonito volver a reencontrarte con quien fuiste. Es bonito reencontrarte con quien quisiste. Gracias por eso.
Ahora me toca terminar de corregir, acabar el último vaso de pisco (está empezando a dolerme la cabeza), vestirme, arreglarme, salir al mundo y descansar mi corazón. Solo te diré buenas noches, nada más.