En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

sábado, 12 de mayo de 2018

Los momentos que añoro

Nadie puede entender por qué me gustan los programas para jóvenes, esos de grupos de amigos del colegio, de la universidad... Nadie puede entender por qué me encuentro conmovida con esas historias bobas. Tengo más de 30 años (mucho menos de 40, pero bastante más de 30) y en realidad no tendría sentido ir persiguiendo programas de colegiales. Supongo que es porque encierran las escenas que añoro, todo lo que no viví. Debe ser como una especie de catarsis de la idealización: el colegio en el que no estudie, el grupo de amigos que no tuve, los amores que no concreté... Alguien me dijo alguna vez que yo recordaba con sentimiento, como si realmente lo volviera a vivir todo frenéticamente. Supongo que ver todo eso es volver a vivir con intensidad capítulos de la vida que no tuve, de la vida que deseaba (no ahora a los 30 y varios, sino en ese tiempo, en el que sí me era permitido desear todo eso). Quizá ahora, en este momento temporal, tiene más sentido que haya estado llorando al ver, en una novela rosa y ninguneada casi por toda la gente pensante de mi país, la pedida de mano que no tuve, los besos que ya no doy ni recibo, los bailes que no hago, el romance que se me fugó con las horas de trabajo, la rutina de la casa, los horarios diferentes, las pocas ganas... Quizá eso tiene más sentido... Sin embargo, yo no pudeo dejar de aficionarme a esa juventud que no tuve, a esa ropa que nunca me puse, a lo rebelde que no fui, a las fiestas donde no baile. Lo mejor sigue siendo verlas por la tele, dejar que se me estruje el corazón como si todo eso fuera mío (porque no ha de serlo), para eso está también la telebasura, los cuentos de hadas y las chicas como yo que no pueden hablar con la X porque aman demasiado todas estas tonterías. 
No me recupero, me encuentro penosamente conmovida de mí misma, de mi incapacidad de avanzar en tantas cosas. Tanto camino recorrido para encontrarme cara a cara con el antiguo problema de no saber dejar ir. Las cosas me dejan a mí, pero parece que yo ando persiguiéndolas tercamente, deseando recuperarlas no sé por qué. Y aunque trato de pararme derecha, caminar alrededor de mi casa y maravillarme abriendo las dos ventanas preciosas por donde entra toda la luz de mi cuadra e ilumina mi lugar de trabajo... aunque trate de acercarme a la cama y ver a mi esposo roncando con suavidad, aunque revise mi tarjeta de ahorros y vea que puedo ir a comprar miles de cosas (bueno, no miles, pero al menos varias decenas).. aunque me ajusto el anillo de oro en el anular y ando aprendiendo a no jugar con él para no parecer subnormal... aunque pase todo eso... todavía continuo en el ejercicio de convencerme de que he crecido y que para crecer a mi edad, en mi situación, no deberían andarme conmoviendo por amigos que forman grupos de música, huérfanos que se mudan a Orange County o blogueras del Upper East Side. Ahora, debería caminar derecho y avanzar, la cuestión es que no sé cómo hacerlo sin que me quede un hueco en el corazón, no sé cómo hacerlo sin añorar...

miércoles, 2 de mayo de 2018

El llanto fácil

Hubo una época en que no lloraba nunca. Ahora apenas la recuerdo. Era casi imposible que me cayera una lágrima. Incluso, en la muerte de mi abuela... no lloré. Luego conocí a un chico, empecé a llorar por primera vez: por sentimiento, por manipulación, por vacío.
Recuerdo haber llorado pocas veces. Cuando era niña, por un gatito que estaba en medio de la enrama del parque, pequeño y solo, y me daba tanta pena pensar que se quedaría allí. Cuando estaba en la universidad, una vez estaba en el cuarto de mis padres, mi mamá dormía a mi lado y yo quise prender una lámpara y me pasó corriente. Tuve un sentimiento raro y aproveché para llorar, lo recuerdo porque lloré y lloré y llegó mi papá y me encontró llorando, pensó que había peleado con mi madre y yo no sabía bien qué decir, así que tomé el camino fácil: "me ha pasado la corriente", y cero preguntas...
Yo me bromeaba a mí misma con el tema del llanto, siempre decía que me pegaba mucho a la cebolla porque era la única vez que lloraba. Luego el llanto empezó a venir de pronto: un día recordando el momento en que recibí la noticia de que había ingresado a la universidad y que mi abuela me había regalado un globo de helio se me llenaron los ojos de lágrimas: "mi abuela murió", dije, y lloré... Había pasado un año desde que se fue y era la primera vez que lloraba.
Siempre me dio un poco de verguenza llorar, para mí era una broma ver cómo mi mamá lloraba viendo películas o cuando se emocionaba o cuando se reía demasiado.
Ahora lloro por todo. Creo que empezó con ese primer chico y fue como si se me hubiera abierto una puerta que antes había tenido cerrada. Allí la avalancha empezó y se fue haciendo cada vez más constante, menos controlable. Hubo un momento de mi vida en que sentía que no podía cerrar esa puerta, que tenía las emociones descontroladas. Había hecho contacto con mi lado sensible y todo me afectaba. Luego, eso pasó poco a poco. Empecé a llorar en las bodas, en los funerales, en las peleas fuertes, cuando estaba triste, pero estaba regulado. Ahora, me he dado cuenta que eso se ha extendido: lloro viendo pelas, leyendo en el micro, cuando me cuenta una historia emocionante, mejor dicho no siempre lloro, pero las ganas de llorar están allí: el puchero en mi rostro, un raspón en la garganta, un dolorcito de estómago y mi aguante... Aunque otras veces el aguante no está y "me pego a la cebolla" de nuevo, me abandono y lloro. En el llanto como en la risa y como todo en la vida (o por lo menos casi todo) frecuentemente uno puede decidir y yo decido cuando me río reírme tan fuerte que a veces lloro, me caigo al piso y sigo provocándome la risa, porque la disfruto. Esas risas te dan alegría, te duran, te cargan de energía. Y en el llanto, a veces me aguanto, y otras dejo pase a la sal que bien me vale por todo lo que no he llorado (lo que sí aún no sé como controlar las ganas, esas ganas que no puedo parar en mi actual  estado permanente de andar conmovida por todo).