En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

viernes, 24 de abril de 2009

Esperando a Fernando

Nunca he visto a Fernando. No sé si él alguna vez me habrá visto a mí. Lima es un pañuelo, dicen, y la gente se cruza por allí todos los días incluso sin reconocerse. Fernando y yo nunca hemos hablado personalmente, pero si hemos hablado de cosas personales. Tengo su teléfono pero nunca lo he llamado. Pensé en marcar su número el otro día y decirle simplemente hola, pero siempre después del hola o viene un café o un silencio y mi timidez y yo seguro hubieramos escogido el silencio. No sé si Fernando me descubrirá ahora. No sé si aún recordará la existencia de este blog del que tanto hemos hablado. No, en realidad nunca hemos hablado (no conocemos nuestras voces). Nos hemos escrito, digamos que Fernando y yo tenemos una "relación epistolar", amigdalítica y tarzana, de amistad platónica, claro está. Nos conocemos (sin conocernos) hace dos años. Yo le he contado mis secretos (bueno, en realidad uno que vale por varios) y él me ha hablado de su vida. No sé si Fernando pensará en mí alguna vez. Yo llevo pensando en él varios meses. Abriendo mi mail varias veces al día para ver si ha llegado carta suya. Casi como una presa que espera...
Estoy segura que Fernando estará bien. Es un hombre interesante que escribe cosas interesantes. Yo soy un poco farsante y fanfarrona, entiendo que se haya aburrido de mí.
Querido "chico del nombre bonito" pasaba por aquí y quería saludarte, me acuerdo de ti de vez en vez. Sé que algún día nos encontraremos de nuevo en el ciberespacio. Prometo decirte mi nombre indio solo a ti. Un abrazo y un beso también por si hace falta.

viernes, 17 de abril de 2009

Historia de un secuestro

Hoy hablaba con una amiga muy querida. El novio y ella fueron "nuestra pareja favorita" por mucho tiempo. El y yo los buscábamos siempre que ellos no nos buscaban primero. Todos trabajamos en lo mismo. A todos nos gustaban los mismos lugares y las reuniones con baile en alguna de nuestras casas. Nos turnábamos diligentemente para hacer los piqueos, a veces nosotras, a veces ellos, a veces pareja por pareja. Ella cocinaba riquísimo. El no lo hacía mal. Mi él cocinaba mejor que yo (que siempre terminaba hasta quemando el agua).
Los almuerzos con "nuestra pareja favorita", los viajes, las fotos, las salidas...
Luego vinieron las buenas noticias: el departamento que acababan de comprar, la mudanza, el open house organizado por nosotros y la bebé. De pronto nuestra pareja favorita empezó a estar ocupada y nosotros dejamos de ser “su pareja favorita” (pero eso fue después).
Hoy has venido de casualidad a mi trabajo y nos hemos cruzado en un corredor, te he resumido mi conversación con ella, te he dado los últimos chismes de la bebé: ya camina, dice sus palabritas y la sentencia de nuestra amiga: “son unos ingratos, ni él ni tu no han visitado.” “Los ingratos son ellos”, me dijiste tú riéndote, “dejaron de llamarnos cuando tuvieron a la hija”. “Nos robó a nuestra pareja favorita”, dije yo sin poder aguantar la carcajada. Entonces empezamos a hacer una cuenta mental de cuántos “sobrinos” habíamos ganado y cuántos amigos habíamos perdido mientras nosotros éramos también la pareja favorita de alguien. Y rajamos y nos reímos y nos entristecimos y luego tú te fuiste, besito en la mejilla de por medio y “buena suerte y hasta luego”, y yo regresé a mi sitio recordando los viajes, las fotos, las salidas, las reuniones...
Y pensando en que por momento extrañaba a mis amigos, esos que habían sido robados por sus hijos y que ahora ya no tenían fines de semana, ni casas dispuestas para reuniones ruidosas hasta el amanecer.