No soy un dragón de agua. No he cargado nunca una pata de conejo. Pero uso un calzón rojo en año nuevo porque siempre quiero asegurarme tener amor, amor por todos lados. Y recibo el año con plata en el bolsillo. Y me pongo champagne detrás de las orejas y como uvas y lentejas. Pero no tengo rituales definidos. Me persigno frente a las iglesias eso sí, y al subir al avión y cuando necesito de un poder superior (y cuando no necesito y me provoca tb).
El azar he creído muchas veces no es nada azaroso. Es más bien el aviso de algo. Esa lectura entre líneas que a mi tanto me gusta. El azar me ha mandado a un viaje inesperado hace poco. A un viaje que me ha llevado a hacer el mismo recorrido que hice hace 10 años del brazo de un chico lindo, que a lo largo de todo este tiempo siempre ha sido mi amigo, mi corazón, mis cartas por correo postal, mi culposo placer y mi amigo total. Y no es un azar que este viaje azaroso no me haya llevado donde mi prince charming o a una ciudad desconocida o a solo 10 kms de mi casa. No es azaroso. Es un aviso del destino que me recuerda que nada está planeado. Que este año hay muchas puertas por abrir y que el azar seguirá estando allí. Y Serrat cantaba "es peligroso el azar" y yo hacia jueguitos para ver si alguien me amaba, me leía las cartas, escribía planes estratégicos y la vida me daba la vuelta, siempre la vuelta. Ojalá que este año todas las monedas que tire al aire salgan cara y sino tendré que saber llevar las cruces.
"El momento elegido por el azar vale más que el momento elegido por nosotros mismos", dicen.