En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

jueves, 26 de febrero de 2015

La debilidad / la enfermedad / la vejez

Tengo que confesarlo: no perdono la debilidad, pero es un combo completo: no perdono la debilidad que deriva de la enfermedad o la vejez. Ahora en retrospectiva creo que es porque quizá veo reflejada allí mi propia debilidad física y emocional y no tolero nada que me la recuerde. Primero: las pastillas, verlas en gran cantidad acumulándose en mi mesa de noche y siendo repartidas para ser tomadas en diferentes horarios. Segundo: ver a mi padre arrastrando los pies, agarrándose un poco de las paredes.Tercero: ver a mi novio quejándose. Él con un pequeño dolor ya se mete a la cama y por eso me da la sensación de que siempre está enfermo.
No es algo consciente esto de no tolerar esas cosas, me ha tomado mucho esfuerzo, mucha introspección, mucha escritura para darme cuenta de que esto me molestaba. Y no me molesta por mezquindad, no me molesta porque tenga fobia a la vejez, me molesta porque tengo un miedo terrible al deterioro, a la muerte. Pero la muerte llega después, mucho después. Primero, viene el dolor, la enfermedad, la pérdida de facultades,la transformación. A todo eso le temo, porque no inicias en oruga y sales del capullo extendiendo las alas y volando como una mariposa: involucionas. Inicias sin poder caminar y terminas de la misma manera. Te vuelves más sabio, eso sí, pero también un poco más amargado, un poco más solo, un poco más incomprendido. Es un proceso inevitable... insufrible.
Y yo lo estoy viendo, lo estoy viviendo todos los días.
Uno envejece cuando sale del consultorio del doctor con su primer diagnóstico, su primera pastilla diaria, su primera certeza de que la vida ha cambiado para siempre. Reconocerse, entonces, se vuelve una tarea de todos los días, un ejercicio que deberás hacer muchas veces hasta que mueras. Re-conocerse es doloroso, pero ver cómo va cambiando la mirada de los otros sobre ti, lo es más.
Frente a esto no hay remedio. Alas y buen viento. Capacidad de aguante. Mucho temple. Pero el tiempo pasa y frente a eso nada se puede hacer.

jueves, 19 de febrero de 2015

Las cosas buenas de la vida

A veces uno se olvida de ver la vida como un proceso, con sus picos, sus altas y sus bajas. A veces uno se olvida de ver el vaso medio lleno y lo ve medio vacío. Sobre todo si se te ha derramado el agua muchas veces. Uno sabe que las cosas van a pasar. Lo sabe teóricamente, pero a una ansiosa crónica como yo el paso del tiempo la tortura.
Cuando terminé con mi primer novio, mejor dicho cuando el terminó conmigo, yo sabía que el dolor pasaría, sabía que todo era cuestión de acomodarme a mi nueva vida sin él, lo sabía pero no podía evitar que me doliera, no podía pasar de ese dolor. Pero como todo en la vida: pasó, pasó y me dejó la mejor lección de la vida: "nadie se muere de amor". Y así es que hace poco yo estuve en una de estas situaciones en las cuales uno siente que es un imán para todo lo malo del mundo, que lo único que estás haciendo es dar un paso en falso tras otro. Me olvidé de confiar en mi, deje de tener la certeza de que mi momento de cosas buenas llegaría y me olvidé de lo que ya había aprendido cuando me dejó el novio: todo pasa...
Lo que no sabía entonces y lo que acabo de aprender es que a veces las peores cosas que te pueden pasar a la larga te enseñan grandes lecciones, que se vuelven las mejores de la vida, que te forman como persona, que te ayudan a estar bien y sobre todo a ser mejor.
Así que ahora he aprendido que uno no solo tiene que agradecer por las cosas buenas, tiene que agradecer también por las cosas difíciles, las más complicadas, porque te forman el carácter y muchas veces te ayudan a buscar dentro de ti nuevas capacidades, nuevas ideas, nuevas formas de ser feliz.
Así que ahora que es el tiempo de las cosas buenas, quiero agradecer también por todas las cosas difíciles, por todos esos momentos en los que vi el vaso medio vacío y tuve que inventar estrategias para levantarme del piso y recoger todo el agua derramada.
Nadie dijo que obtener un poco de felicidad sería fácil, es una búsqueda intensa, hay que lucharla, hay pelearla, pero es bonito cuando llega y aún sabiendo que se puede ir la alegría de haber crecido nunca te abandona.