En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

martes, 22 de mayo de 2007

Tengo miedo de que un día ya no pueda bailar contigo nunca más

Siempre te digo que te escribiré algo. Esto es para ti. De corazón. De debajo de mi almohada. De mis sueños. Te quiero, cariño. Quisiera prepararte una tacita de café cada 29 de febrero, un día exótico, así como nosotros, raros, exóticos e inclasificables.
¿Se nos acabaron alguna vez las cartas, Tarzán? ¿Se nos gastaron alguna vez las plumas? Nos hemos vendido a la tecnología. No importa. Nadie me escribe e-mails como tú. Es bonito el elemento sorpresa. Aunque siempre que llego, sé que llegaré y que tal vez tu estés o hayas pasado por aquí y hayas preguntado por mí con una palabra cariñosa que en tus labios debe sonar a piedra, a cielo gris, a calle San Francisco, a chocolates de la Ibérica, a mi falda roja medio jippie, a ti y a mi en este y en todos los tiempos del mundo.
¿Te he dicho alguna vez que te quiero de verdad? Seguro que sí, pero te lo digo de nuevo para que no se gaste: que te quiero de verdad y los demás que aguanten.
Un beso desde acá hasta allá. Alguna vez aterrizaremos en el mismo aeropuerto y aumentaremos a más de tres nuestras visitas físicas-presenciales.
Pero no existe el tiempo, amor, no existe. Y eso es lo bueno de saber que más allá de la pantalla uno tiene un amigo sin tiempo a quien joder, a quien extrañar, a quien amar y a quien besar (aunque sea de lejos). Y eso es lo bueno, cariño; nos sobreviven nuestras cartas, nuestro cuaderno rojo y las ganas de volvernos a ver en una Suiza neutral que tendremos que encontrar para que los años no nos ganen. Te quiero y el tiempo a la mierda y como siempre los demás que aguanten.

Para ti / más que una sonrisa en papel japón

Nosotros compartimos algo mejor que el amor:
la complicidad

martes, 1 de mayo de 2007

Maridos

Sí, lo admito, muchas mujeres vemos a todos los hombres que se nos cruzan por delante como potenciales “maridos”. Sí, pues, es verdad, lo digo sin pena y sin gloria.
Apenas aparece el chico nuevo de la clase y nos sonríe y nos guiña el ojo ya empezamos a pensar, a volar, a soñar… Vemos al chico todos los días, nos habla, nos cuenta que está solito, que puede jalarnos en su BMW, que cuándo hacemos un cafecito o un sapper y nosotras empezamos a pensar en su carro: lindo, en sus ojos: lindos, en su trasero: lindo; en su manera de decir: estoy solito; y decimos: “se está haciendo propaganda, se nos está lanzando” (¿quién sabe si de verdad se lanzará? Yo quiero creer que siempre se lanzan. De hecho, creo fielemente que siempre lo hacen, pero, ¿quién sabe?).
De pronto empezamos a sacar cuentas: su BMW es más lindo que el Volvo de mi novio, su cuenta de ahorros debe ser más grande, sus ojitos son más ricos.
Y el chico guapo y nuevo de la clase, nos coquetea levemente y de pronto nos sorprendemos maquillándonos todas las mañanas, gastando la colonia más cara que tenemos, usando tacos todos los días. Y de pronto, nos damos cuenta que hemos olvidado decirle que tenemos novio, de pronto ya dejamos de usar el anillo de siempre, de pronto actuamos como si estuviéramos en vitrina otra vez.
Y por fin salimos con él a un café rápido un día cualquiera en que el profesor falta y nos damos cuenta de que es un hombre precioso y ya hasta podemos imaginar los nombres de nuestros hijos, nuestra casita blanca en Malibú, nuestras vacaciones en París… y nos reímos de nosotras mismas por tener esa capacidad impresionante de sentirnos amas del universo y de los hombres y de creer que cada uno de ellos es una posible posibilidad y les comentamos a nuestras amigas del “chico nuevo” y ellas nos recuerdan que tenemos novio y nosotros bromeamos desinteresadamente: “si me llega a gustar mucho me cambio de clase”, decimos y seguimos bebiendo el Blody Mary.
Y dentro de unas semanas se nos olvida el muchachito y seguimos viviendo existencias tranquilas; hasta que aparece el profesor de economía o de literatura inglesa y de nuevo lo mismo y cada hombre que aparece se convierte en una puerta, una ventana, un pequeño escape. Y así cada hombre que aparece es un posible marido, trunco o irreal, pero un posible marido por lo menos por lo que nos dura la gracia.