En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Yo confieso haber sido infiel

No por amor pero sí por atracción, pura, irracional y por momentos medio animal. Por soledad. Por desatención. Por venganza. Por demasiado dolor. Y sobretodo porque no quería perder. Porque hubiera preferido hacer cualquier malabar, haber ahogado mis penas en la cama de cualquiera, en un asqueroso hotel de putas y trampas, que tener que dejarte. Porque al dejarte yo sentía que se me iba la vida. Que se me rompería el corazón de una manera irreparable. Porque sentía que más que amarte te necesitaba para funcionar y creo que de alguna manera enfermiza necesitaba también el dolor, la falta, la ausencia, la gelidez, el rompecoco, que me daba nuestra relación. Pero para sostener todo eso necesitaba las idas al estudio de ese chico lindo, simpático, seductor, singular. Necesitaba sus brindis con vermouth, sus llamadas nocturnas hasta la madrugada, nuestras sesiones de sexo telefónico.
Para sostener todo lo que nosotros teníamos necesité a mi chico perfecto, el de los envíos de amor: rosas para el cumpleaños, chocolates, cds con canciones hermosas, postales al e-mail. El chico lindo de las salidas clandestinas. Al que yo invitaba a mi casa sin ningún desparpajo, el que bebió un trago una vez con mi hermano, el que estaba enamorado de mí y con el único con el que pensé y si tal vez... Pero ese tal vez nunca llegó aunque tuve todas las oportunidades del mundo. Yo dejé ir a mi chico perfecto, decía en ese tiempo, y me quedé con el hombre que amo. Pero para quedarme con el hombre que amaba a veces también necesitaba el amor y la buena onda de mi amigo Richi, su manera tierna de agarrarme la mano, su conchudez al hacerme el amor en un baño público, sus palabras calentonas.
Y claro, cómo olvidarlo, no lo habia recordado en mucho tiempo: yo confieso tb hacer sido infiel por pendejada. Por pura oportunidad, por pura ocasión. Como cuando las cosas iban bien entre el hombre que amaba y yo, pero él no estaba allí esa noche sino un amigo mío con el que no recuerdo como empezó todo, solo el haber terminado haciendo el amor en el piso frío de mi casa pensando "que va, estoy borracha, no me puedo detener, está bien, mañana no lo recordaré".
Yo he sido infiel y aunque por mucho, muchísimo tiempo siempre pensé que tenía buenas razones para haberlo sido, razones puras y justificadas (y hasta nobles y necesarias algunas veces), no es sino hasta ahora (o hasta hace poco) que me di cuenta que estaba cagada del cerebro, que lo que hice estuvo mal, que debí tener los huevos y coraje para terminar oportunamente con esa relación que me estaba trastocando los sentidos y no tener que armar un collage de afectos para parchar todos los huecos y poder quedarme con ese   chico al que amaba, claro que lo amaba, pero con un amor enfermo, con una enfermedad intensa.
No era solo que me había vuelto conchuda, no era solo que había perdido la perspectiva, era que me había vuelto totalmente inconsciente, que en realidad creía que todo lo que hacia estaba bien. No fue hasta que me pasó a mí que me di cuenta que bajo ninguna circunstancia puede estar bien poner una reglas pero jugar con otras, eso puede hacerte creer que ganas el partido, que lo consigues todo y no pierdes nada, pero a qué costo, con cuántos muertos y heridos, al final alguien siempre pierde...

lunes, 28 de noviembre de 2011

Los sueños de Sandra Texeira (Parte II)

Estábamos en la cárcel. Los dos: tú y yo. Una confusión con una dinero. Una malversación de fondos estúpida. Mil doscientos soles. No sé pq tú tb estabas en la cárcel. Finalmente era mi problema, plata de mi trabajo... Pero tú estabas allí. Supongo que estabas conmigo pq creían que eras mi cómplice. Era una cárcel mixta. Yo estaba aterrada. Iba a pasar la noche en el piso de una carceleta. Tuve que pedir un colchón. Me trajeron un colchón delgadísimo. Era blanco. Y lo tiré al piso sin catre para poder dormir. Al salir fui a reunirme contigo. Me sentía un poco mejor pq tú estabas allí. Hablábamos de que debíamos salir pronto, que todo se arreglaría, teníamos esa certeza, ya estaba casi todo listo. Juntos tenía una sensación de bienestar. Era como si hubieran pasado varios días así. Yo me sentía tranquila esa mañana en que fui hasta tu celda a buscarte. Tu compañero me dijo que habías salido ayer, que te habías ido a España. Yo no podía creerle. Me enseñó dos hojas donde había impreso un char que había tenido contigo. Yo empecé a llorar desesperadamente. Ahogándome. Gruñendo. Con espasmos. Tu compañero (que tb era amigo mío) no tenía pena de mi, parecía querer que me entere de la perrada que me habías hecho. Mientras yo leía el chat y veía tu nombre escrito allí, tu compañero me contaba que ayer habías salido, que le habías dicho que un experto había visto tu caso, que te había liberado, que podías contactarlo para que lo ayude, que te ibas a España con tu familia. Yo iba leyendo lo que le decías y no podía creerlo. De pronto, habían llegado a visitarme mis papás. Mi mamá me decía que tú habías llamado ayer. Les habías dicho que ya habías salido, que habías viajado a España, que tu abuelo estaba mal, muy grave. Yo estaba tranquila. Miré a mi madre que me contaba su conversación con mucha calma, con preocupación (de que me quede sola en la cárcel, de tu abuelo enfermo) y con alegría (de que tú ya hayas salido), y le dije: "él no tiene abuelo, murió hace años".
Habían pasado al parecer unos meses. Yo estaba como en una urbanización, con rotonda al medio, una área verde, casas, y gente transitando. Apareciste tú. Te acercaste a mí. Yo no grité, no te pegué, no hice un escándalo, no quise matarte ni nada por el estilo. Te abracé. Te escuché mientras me decías que tuviste que hacer, que de verdad tenías un abuelo enfermo. Yo solo me alteré un poco cuando te dije que habías sido una mierda, que no pensaste nisiquiera en ayudarme a salir, en la preocupación de mi madre al llamarla y a que yo me quede sola en la cárcel, no pensaste en ayudarme con el experto que te liberó. No me alteré nada cuando te dije que tu no habías pensado en nada al momento de abandonarme y que eso no te lo perdonaría nunca y que no volvería contigo, que por lo demás podrías ser amigos si querías, pero que no siguieras mintiéndome, que tú no tenías ningún abuelo ni nada de eso. Estaba tan tranquila, tan irreconocible, hasta me vi caminar contigo, cruzar la rotonda e ir a una de las casas (la casa de tu compañero de celda), a visitar a su mamá, a preguntarle si ya había salido, a darle ánimos, a decirle que saldría pronto....

Los sueños de Sandra Texeira (Parte I)

El sueño era así: me encontraba con Manuel (mi antiguo Prince Charming). Caminábamos paseando por Lima. Hace años que no veo a Manuel. Esto era como un reencuentro tardío propiciado por mi. A Manuel  no se le veía alegre, tampoco triste, le daba igual verme, era para el como comprar pan para el desayuno o acompañar las menestras con arroz, algo que debía pasar. Claro que Manuel estaba un poco contento, también se le hacia bien verte. Le daba gusto estar caminando conmigo por una calle de Lima. Le daba gusto que pudiéramos hablar. En realidad era él el que hablaba: su vida fuera de Lima, su familia, sus cosas. Yo quería conectarme con él y para eso recurría a nuestro pasado común. Le hablaba de nuestros días juntos. De esos códigos que crea la gente que tiene "una onda", "un algo". Y Manuel los recordaba. Le hacian gracia las mismas cosas que le hacian gracia cuando andábamos juntos. Le parecían simpáticos mis coqueteos. Pero no se encontraba conmigo. No se conectaba no porque no quisiera, no porque le diera miedo, no porque era demasiado intenso. No se conectaba porque para él no había nada con que conectarse. Entonces Manuel decide que me va a enseñar como puede andar en zancos. Yo le digo que no. Pero Manuel insiste y se pone unos zancos de tamaño mediano. Y empieza a caminar. Me habla de cosas divertidas. Hace bromas. Y esos zancos son la metáfora perfecta de Manuel y su mundo, de Manuel lejos de mi, muy por encima mío. De pronto Manuel cae sobre unas botellas que hay en el piso.
En el siguiente cuadro estoy sentada en una silla. Manuel está en una cama de hospital, está dormido. Tiene la cara ensangretada, maltrecha. Yo estoy sentada en la silla pensando, mirando a Manuel con pena, con angustia. Manuel despierta me mira, se alegra de verme. Me acerco a Manuel empujada por una fuerza salida de no sé donde. Le cojo la mano. Le acaricio el pelo. Manuel me mira. Le digo que me he dado cuenta que lo quiero, que realmente lo quiero, que siempre lo he querido, que nunca he dejado de quererlo, que ahora me doy cuenta que tomé una mala decisión, que siempre debí decidir por él. Manuel me mira sin pena, sin cólera, sin rencor y me dice fírmemente que ya deje eso, que ya todo eso pasó, que él es feliz, que tiene una vida, que tiene familia y me dice sin decirme que yo ya no estoy allí. Dejo de cogerle la mano a Manuel y me pongo un poco más atrás pero sigo parada a su lado en esa cama de hospital.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Algo contigo...

Mi amiga Mianna dice que debo ser frontal y decirte sin contemplamientos: "tu y yo tenemos algo pendiente". Yo de solo pensarlo me muero de miedo. Nunca he podido ser sutil y coquetear con estilo. O he sido muy muy lanza (lanza pero monse) o he dicho cositas bonitas y entradoras, pero nunca nada como eso.
Tú y yo tenemos algo pendiente... y que tú me digas: "tú tienes algo pendiente contigo misma, pero conmigo nada que ver". O peor aún que me digas: "no sé de qué diablos me hablas yo tengo una y tú nunca estuviste en la mía porque no quisiste, así que arranca arranca...". Así que no podría decirte nada de eso. Así que contigo nunca puedo nada.
Si se me presentara la oportunidad te besaría una vez más. Solo una vez. (Pero allí es donde empiezan todos los problemas. Claro que para eso tu tendrías que querer besarme tb).