En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Los sueños de Sandra Texeira (Parte I)

El sueño era así: me encontraba con Manuel (mi antiguo Prince Charming). Caminábamos paseando por Lima. Hace años que no veo a Manuel. Esto era como un reencuentro tardío propiciado por mi. A Manuel  no se le veía alegre, tampoco triste, le daba igual verme, era para el como comprar pan para el desayuno o acompañar las menestras con arroz, algo que debía pasar. Claro que Manuel estaba un poco contento, también se le hacia bien verte. Le daba gusto estar caminando conmigo por una calle de Lima. Le daba gusto que pudiéramos hablar. En realidad era él el que hablaba: su vida fuera de Lima, su familia, sus cosas. Yo quería conectarme con él y para eso recurría a nuestro pasado común. Le hablaba de nuestros días juntos. De esos códigos que crea la gente que tiene "una onda", "un algo". Y Manuel los recordaba. Le hacian gracia las mismas cosas que le hacian gracia cuando andábamos juntos. Le parecían simpáticos mis coqueteos. Pero no se encontraba conmigo. No se conectaba no porque no quisiera, no porque le diera miedo, no porque era demasiado intenso. No se conectaba porque para él no había nada con que conectarse. Entonces Manuel decide que me va a enseñar como puede andar en zancos. Yo le digo que no. Pero Manuel insiste y se pone unos zancos de tamaño mediano. Y empieza a caminar. Me habla de cosas divertidas. Hace bromas. Y esos zancos son la metáfora perfecta de Manuel y su mundo, de Manuel lejos de mi, muy por encima mío. De pronto Manuel cae sobre unas botellas que hay en el piso.
En el siguiente cuadro estoy sentada en una silla. Manuel está en una cama de hospital, está dormido. Tiene la cara ensangretada, maltrecha. Yo estoy sentada en la silla pensando, mirando a Manuel con pena, con angustia. Manuel despierta me mira, se alegra de verme. Me acerco a Manuel empujada por una fuerza salida de no sé donde. Le cojo la mano. Le acaricio el pelo. Manuel me mira. Le digo que me he dado cuenta que lo quiero, que realmente lo quiero, que siempre lo he querido, que nunca he dejado de quererlo, que ahora me doy cuenta que tomé una mala decisión, que siempre debí decidir por él. Manuel me mira sin pena, sin cólera, sin rencor y me dice fírmemente que ya deje eso, que ya todo eso pasó, que él es feliz, que tiene una vida, que tiene familia y me dice sin decirme que yo ya no estoy allí. Dejo de cogerle la mano a Manuel y me pongo un poco más atrás pero sigo parada a su lado en esa cama de hospital.

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