En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

jueves, 25 de febrero de 2010

El otro día volví a soñar con él, no fue para nada agradable. Recordé la angustia, la ansiedad, los cigarrillos. Me sentí corriendo por una calle.
Estos últimos días me acordé de esos momentos de vacío, de las ganas que tenía él de enfrentar las cosas solo, de considerarme la fuente de su stress y de estar seguro que cuando tenía momentos difíciles estaba mejor solo que conmigo.

Recordé todo eso en estos días porque mi chico ha tenido algunos asuntos complicados, recordé las pocas ganas que él tenía de hablarme cuando “se complicaba”, las pocas ganas de correr a mis brazos, de hablar. Inmediatamente empecé a prepararme para lo mismo. Inmediatamente me volvió la ansiedad, la manía del teléfono, las ganas de acosar (creo que “marcar” suena más bonito). Recordé la frase que había escrito en un cuaderno de la universidad hace años, pensando en otro hombre que me hizo soltar una que otra lágrima: TODOS LOS HOMBRES SON ÉL. Claro que no podía estar más equivocada. Mi chico me llamo por teléfono, llegó a refugiarse en mi casa, me pidió una taza de leche caliente y se durmió protegido y feliz en mis brazos. Habló conmigo y no dejo de hablar nunca. Contestó todas mis llamadas de “acoso” y mis frases de niña engreída y reclamona en tono de broma (y como siempre yo tan desatinada en el peor momento). Pero aún después de eso y aún sin haber asociado una cosa con otra, mi subconsciente me jugó una mala pasada y el otro día soñé con él.

Así que hoy mientras viajaba a mi casa luego de un día largo decidí pensar en eso. ¿Qué diablos tiene ver él en mis sueños? ¿Qué diablos tiene que ver él en mi vida presente? ¿Qué hace que mi subconsciente se atreva a compararlo con mi chico, que es un dulce, que es lo mejor de este mundo?

No, todos los hombres no son él, pero creo que hay algo que no deja de recordarme que yo sigo siendo esa yo, la que estaba con él. Esa que dejaba que le dijeran cosas dolorosas, esa que estaba con alguien que no la quería, esa que no obtenía lo que quería de su relación. (Claro, yo tampoco era una “perita en dulce”, pero ahora estoy hablando de él no de mí. Sí, sé que esa siempre es una excusa. Creo que debo hacer un post hablando como era esa yo…). Supongo que alguna parte de mí pensaba que lo merecía (y aquí viene el discurso de siempre:) por no ser lo suficientemente buena o bonita o inteligente. Y supongo que una parte de mí tampoco cree merecer ahora estar con alguien que la quiera sin tener que hacer nada para ganar ese amor. (Sí, es la primera vez que no siento que tengo que ganarme el amor de alguien). Supongo que una parte de mí no cree merecer estar con alguien que se porte bien, que actúe de acuerdo a como yo siempre he querido que actúen conmigo en una relación (no robóticamente sino correspondidamente). Supongo que una parte de mí no cree merecer que alguien pese a todo se quede, que alguien se abra totalmente y no se aleje cuando este mal sino que se acerque sin que yo lo llame.

Me siento tan injusta con mi chico por siquiera pensar que él puede ser como algún otro él, de algún otro torcido camino. Pero qué puede hacer uno con su subconsciente, qué puede hacer uno con sus viejos traumas. A veces solo analizarlos en el taxi que te lleva de regreso a caso, escribir algo que te haga recordar que a veces eres un poco idiota y mirarte al espejo todos los días con la firme convicción de que hay cosas que tú si mereces.


Pd. Regresé a ver a la alpaca, está hermosa, ya le hicieron el primer corte de la lana. Está un poco más alta también.

sábado, 20 de febrero de 2010

Hace dos semanas vi nacer una alpaca. Nació y se paró rápidamente. Tenía la lana hecha copos y sin brillo. La alpaca trastabilló, tenía las patas chuecas. Casi una hora después ya estaba parada derechita al lado de su mamá. En la tarde, estaba tirada en el piso durmiendo, y un rato después comía con todo el grupo de alpacas. Regresé a verla de nuevo una semana después. La lana se le había puesto hermosa, era como si se hubiese desprendido un poco y la alpaquita se veía elegante. Es color caramelo. Corría y estaba parada perfectamente sobre sus cuatro patas. Todo este asunto me hizo pensar mucho. Yo también quisiera haber nacido parada, haber corrido rápidamente, y solo haber sido enclenque unos minutos. Pero aprender a caminar te cuesta tanto, valerte por ti mismo cuesta más y aprender a cuidarse es todo un arte.
Muchas cosas que han venido pasando me han hecho pensar en mi vida. En los últimos 10 años.
El otro día compré mi Trome (ya les he hablado largamente de mi fascinación por las noticias policiales) y empecé a sentirme un poco enferma. Creo que la catarsis para mi ha terminado. Creo que soy libre. Quizá tengo que dejarme convercer por las comedias románticas y empezar a decir las palabras que nunca digo. Creo que ya puedo dejar un poco de lado los policiales.
Me ha costado mucho sentirme en armonía. Es uno de esos momentos en los que puedo tirarme en la cama y estar tranquila y poder decir que no le debo nada a nadie, y nadie me debe nada a mi: ni plata ni amor. Mi cuenta está en blanco.
Quizá tenga que ver con el nuevo depa, el nuevo trabajo, que han hecho que mi depresión se vaya y mi vida esté llena de dinamismo. Quizá tiene que ver con que siento que me aman, con mi novio que es de esas pocas y rarísimas personas que bajo cualquier circunstancia siempre quiere quedarse conmigo (aunque nos hayamos dicho la vela verde, aunque no sepa, aunque lo bote, aunque alguna vez haya querido irse). Quizá solo tiene que ver conmigo y con el hecho de haber podido borrar todo lo que no permitía avanzar. Quizá solo me he atrevido a ser feliz, sin miedo, que para mi ya es bastante decir.
Iré a ver a la alpaquita la próxima semana, ya les contaré.