En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

martes, 1 de abril de 2008


El amor es llenar un balde repleto de huecos, me dijo alguien alguna vez. Yo no sé. Pero pensar que es eso sería decir que es una tarea absurda.
Una vez quise darle a alguien mis ojos –simbólicamente- él me recordó un cuento de Clemente Palma y me dijo que era horrible –“ese es el cuento que más detesto”, fue lo que dijo-, no aceptaría mis ojos jamás, como tampoco aceptó mi corazón.
Si el amor es llenar un balde repleto de huecos entonces todos somos absurdos.
Yo hubiera aceptado los ojos de cualquiera, de hecho hubiera aceptado una uña, un dedo meñique, lo que quisieran regalarme. Una vez le regalé a alguien un lunar. Me lo habían sacado del cuello, era pequeño y fuera de mi cuello parecía un moco. Lo guardé en un envoltorio de aguja de jeringa y cuando él llegó a buscarme al día siguiente se lo di. Puso cara de asombro nunca nadie le había regalado una parte de su cuerpo. El lunar murió, no sé como explicarlo de otro modo, pero fue secándose, supongo que el amor sí es llenar un balde repleto de huecos. Una vez también le regalé mi corazón a alguien o lo más cercano que tuve y le escribí un poema detrás de las líneas confusas de mi electrocardiograma, creo que se enamoró un poco más de mi cuando lo hice; fue bonito, tonto y original, pero no duró demasiado todo el amor se filtraba por los huecos del balde.