En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Los cuentos de hadas me asustan más que las novelas negras

Es el destino, pequeño niño. Es el destino y no otra cosa. Y uno no puede corrérsele al destino. Lo he tratado de hacer por cuatro años desde que te vi por primera vez en ese café y no quise cambiar nada de mi vida perfecta. Pero igual las cosas se encargan de cambiar aunque tú no lo hagas. Es el destino el que siempre ha hecho que algo que me sabe a ti me dé el encuentro. Es el destino el que me dejó plantado el auto en medio de la calle cuando justo tú pasabas por allí ¿para darme un aventón? Es el destino el que todo este tiempo me ha hecho sentir ridícula porque nuestra historia tiene un sabor a “Blancanieves y los siete enanos”, a una telenovela mala de Talía, a película rosa de Sandra Bullock con casa del lago incluida o a la única novela epistolar que he leído y que espero que Bryce no haya plagiado. Nuestra historia tiene sabor a ese mundo tonto que he creado en mi cabeza y que ahora se me revela, me asusta y me hace una vez más escribir algo para ti. Es el destino, no puedo decir nada más, niño mío.
Los cuentos de hadas me asustan más que las novelas negras por eso no he querido verte, por eso he dejado de llamarte, por eso ahora que me he quedado sola y que el mundo ha girado de nuevo y nos ha puesto cara a cara, estoy acá con mi ropa nueva, con mi maquillaje de larga duración, con mis botas taco aguja y con un miedo terrible esperando a que vengas a buscarme y que ese maldito destino haga lo que desde hace tiempo ha querido hacer.

lunes, 13 de agosto de 2007

Diario de una mujer con la pierna pegada

Es verdad que una pierna rota duele. Creo que lo que más duele es el proceso de "curamiento"; desde cojear y escoger muletas bonitas hasta los primeros grandes pasos.
El Doctor dice que ya se me pegó la pierna. De nuevo vuelvo a estar completa. No les voy a mentir, cuando hace mucho frío todavía me duele un poco (siento nostalgia de mi pierna vieja) y sé que de vez en cuando me dará un dolorcito tonto y de aquí a unos años ese dolorcito será un buen recordatorio de mis huesos quebrados; y lo recordaré con esa alegría que solo sabemos tener los buenos masocas.
Hoy me he levantado, he corrido un poco, me he visto la pierna un poco más flaca, he saltado, he sonreido y me he sentido totalmente curada y he comprendido que en la vida es bueno tener cicatrices porque no tener ninguna es como no haber vivido, y que -como me dijo alguien a quien quiero mucho- es bueno caerse, romperse, quebrarse para luego darse cuenta que uno también puede pegarse, recomponerse, reinventarse, arreglarse y salir de todo como una persona-reload, reencontrarse con la felicidad y caminar con una pierna pegada como una orgullosa herida de guerra (¡y qué guerra, dears! esta fue una guerra muy rica, de verdad que sí). Adiós pierna rota, bienvenida pierna nueva.

martes, 7 de agosto de 2007

Lima o el largo camino de la llovizna azul

(Fondo musical “Me cuesta tanto olvidarte” en la fina vocecilla de Ana Torroja)

Regresar a Lima toma pocas horas (no tantas como llegar a Portugal) pero irse de Lima te toma toda una vida. Siempre me voy y siempre digo que no regresaré y que me quedaré más tiempo comiendo Mc Donalds, pero hay algo que me obliga a volver. Regreso a Lima y siento como esa lluviecita tonta me moja el anorak y el cabello y no es porque se haya celebrado el cuchucientos veinte mil aniversario de la independencia o porque siempre beba pisco sour, sino porque no puedo irme. Aunque de aquí a un mes me canse y haga mis maletas y me vaya de nuevo y siempre viva entre aquí y allá y un paso más al norte.
Regreso a Lima, y de nuevo me mojo el pantalón en los charcos de agua que se forman por la lluvia y de nuevo reniego por las calles mal construidas y porque si no usas botas irremediablemente en Lima siempre te mojarás la vasta del pantalón hasta el final de tus días. Y luego me contento comiendo chicles de huevito en cualquier bodega, caminando por el centro, viendo a los policías queriendo sacar cutras para ganar su “grati” y respiro el aire sucio y la nariz se me tupe por la humedad y me digo una vez más que Lima ha sido mi asesino y yo siempre regresaré a este maldito lugar del crimen.