En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

miércoles, 24 de julio de 2019

La felicidad y el miedo

Siempre me ha dado miedo decir que estoy feliz, que siento que lo tengo todo (o por lo menos que lo que tengo está más o menos en orden). Siento una especie de culpa católica. Una especie de fatalidad que inevitablemente va a llegar a destruir mi felicidad, casi como si el declarar la felicidad fuera un pecado, una ostentación y el universo inmediatamente fuera a hacer algo para arrebatarte eso, para hacerte sentir incompleto, desequilibrado y triste de nuevo.
Me ha pasado antes. Haber pensado que soy feliz, agradecer lo que tengo y haberlo perdido todo en el momento, casi como un recordatorio de que es una osadía declarar tu felicidad.
Ahora acabo de escribir que me siento feliz: con mucho miedo, con mucho reparo, pensando que tal vez el solo hecho de la escritura me pueda predisponer a caer en el vacío. Pero lo he hecho desde la fe, desde una profunda y estúpida fe que ha llevado a ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío. He escrito eso con la convicción de que no solo debo usar la escritura para recordar las cosas tristes, lo terrible, lo intenso, lo que me carcome, sino también para dejar testimonio de la alegría, por qué no de esta manera mi mantra personal funcionará y atraeré la alegría para siempre como antes (con la escritura) he logrado exorcizar el dolor.