En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

sábado, 15 de julio de 2017

César, te he escrito muchas veces: textos de amor, de dolor, de felicidad… pero en general, he escribo poco sobre ti últimamente, sobre nosotros. Es como si hubiera poco qué decir... cuando en realidad hay mucho… hay tanto… Es como si lo nuestro fuera un gerundio y estuviera siempre en tránsito, en el permanente ejercicio de ser muchas cosas: amigos, amantes, esposos, hojas que se arremolinan en el viento, polos opuestos en un pequeño ring de box, hermanos que se abrazan candorosamente… Siempre estamos siendo y llevando roles antiguos, roles nuevos o insospechados… Es poco lo que puedo escribir de ti, entonces, porque día a día la vida se me va en vivirla contigo, en la cama destendida, las llamadas por teléfono y las madrugadas de sueño y de trabajo. Día a día, minuto a minuto te llevo conmigo y te descubro en detalles mínimos, como cuando me río con tu misma risa de un chiste del que sé que te hubieras reído o cuando escucho a un tipo decir algo políticamente incorrecto y yo meneo la cabeza de un lado a otro reprochándote. Esas son cosas que a veces olvido escribir, quizá porque no son divertidas ni polémicas ni perturbadoras, es el tránsito de la vida, de nuestra vida y supongo que eso no se escribe… se vive. Te amo.

domingo, 9 de julio de 2017

Ay, julio

Este ha sido (está siendo) un mes difícil. Creo que los julio siempre me van a tocar así: convulsionados, llenos de mucho trabajo, de celebraciones en medio de la locura, de poco sueño...
No puedo más que darme ánimos para seguir, repetirme varias veces que sí puedo. "Yo puedo hacer eso". "Yo puedo terminar este mes". "Yo puedo cumplir todo lo que tengo que hacer".
Pienso en Enrique, que allá al otro lado está igual de cansado que yo, pero que continúa. Eso me da fuerzas. Me da fe (casi me da ganas de ponerle una tilde impropia a esa "fe", pero es que es una fe grande). Fe en la amistad, fe en que hay bondad y sensibilidad aún, fe en que existe alguien con quien puedo compartir todo eso (incluso las desveladas y trabajos, cada quien lo suyo, en dos casas diferentes, en dos distritos diferentes de Lima).
Veo a mi marido dormir. Parece un bebé grande, enorme, que se queja a ratos y se calma con mi voz. No voy a mentir: odio un poco que él pueda dormir y yo tenga que trabajar. Odio no poder dormir con él amenudo: yo trabajando desvelada, él disfrutando de su buena suerte de poder marmotear todo lo que quiere.
Este no ha llegado como pensé: en la casa nueva, con todo listo y perfecto, con los trabajos del doctorado terminados y dignos de un sobresaliente, con la enfermedad controlada, con el tratamiento a la piel listo, sin dolores menstruales... Este julio está como el anterior... Pero en medio del caos, puedo detenerme un momento a agradecer y ser feliz porque en medio de todo ahora tengo un marido que me hace el desayuno, me levanta cual niña de colegio para ir a trabajar, me trae el almuerzo para que no tenga que salir y no se queda de mi convulsionada vida. Hay mucho que agradecer en medio de la convulsión lo demás se irá ordenando, a fines de julio, tal vez en agosto... Ya se verá...