En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

viernes, 29 de junio de 2018

Compañeros de miles de cosas

¿Quiénes son tus amigos? ¿Son los que te contestan el teléfono, de los que tienes recuerdos inolvidables o esos con los que pasas los fines de semana y los feriados? Tengo el corazón dividido. Vengo dándome cuenta de que muchos de mis amigos son amigos del recuerdo, de las tardes-noches de inicios del 2000 caminando por los alrededores de la universidad, de las borracheras con trago barato y de las largas horas contándoles mis penas de amor. Otros han sido mis amigos de una temporada, a los que conocí en algún eventual trabajo, en algún curso. Y otros son mis amigos de toda la vida, a los que conozco desde los 13 años. Con todos estos grupos de amigos creo que la idea es la misma que la de aquella canción:
Un barco frágil de papel,
parece a veces la amistad
pero jamás puede con él
la más violenta tempestad
porque ese barco de papel,
tiene aferrado a su timón
por capitán y timonel:
un corazón.

Y sí, tus amigos tienen una parte de tu corazón, pero la amistad es al final un barco frágil de papel.
Si dejas de ver a tus amigos, si dejas de compartir con ellos, de crear nuevas experiencias, entonces, solo te quedan los recuerdos, lo vivido en un tiempo pasado... Muchas de mis reuniones de amigos son así, recordamos viejas anécdotas, nos reímos del mismo chiste de siempre y tenemos pocas cosas nuevas qué decir, pero también hay algunas veces en que de pronto existe un momento en el que nos conectamos no con los que éramos en otros tiempos, sino como los que somos ahora y entonces, nos reímos con nuestras nuevas risas, nos hermanamos y yo vuelvo a sentir la misma magia del pasado. A veces esos momentos no llegan. A veces he querido tomar el teléfono y llamar a alguien para salir un fin de semana o quedar en una reunión y nadie puede, o todos prefieren un cafecito ráapido entre semanas. Cuando eso pasa me chilla en el oído la frase que el misántropo de mi hermano siempre dice luego de las reuniones con la gente de su chamba: "Ahora sí terminemos rápido para que podamos irnos con nuestros amigos de verdad" o lo que nos dijo un amigo muy querido a los integrantes de nuestro pequeño en una de estas reuniones cuando contaba una anécdota que le había pasado con su nuevo grupo de amigos: "Hay que ser sinceros ustedes son mis hermanos del alma, pero ellos son mis amigos, con los que me veo siempre". La vida amical creo que se resume en esas frases.

He venido pensando mucho en eso. Me he dado cuenta de que tengo amigos a los que solo veo en mi cumpleaños, en sus cumpleaños o por Navidad, y entonces, no puedo dejar de preguntarme si ellos siguen siendo mis amigos en toda la extensión de la palabra. Quizá por eso en los últimos tiempos me he dado a la tarea de vincularme más con aquellos amigos con los que quiero seguir creando nuevas experiencias, a los que no quiero mantener solo en el recuerdo. Entonces, he tratado de ser el capitán de mi frágil barco de papel y verme con mis amigas de toda la vida por lo menos una vez por mes, de escribir y llamar a los amigos que quiero y necesito, de promover reuniones con aquellos a los deseo ver... No todos han respondido a mi llamado (así como yo muchas veces no he respondido al llamado de todos esos amigos que alguna vez me han buscado...). En fin, todos tenemos una vida, hemos crecido, tenemos familias o casas o tesis que hacer o libros que escribir o panzas que rascarnos, o tal vez se nos ha interpuesto demasiada distancia, debemos reconocer que no con todas las personas podemos recuperar el tiempo. No deja de darme un poco de pena, a veces quisiera tenerlos a todos conmigo como en algunos momentos de mi vida, a veces me es difícil comprener que todo ha cambiado, que yo misma soy otra, que he crecido, que hace rato ya no tengo 20 años... Dejar ir me sigue costando mucho, mas aun si se trata de dejar ir pequeñas partes de mi historia, de mi corazón. Finalmente, yo también canto, como en la canción:

A mis amigos les adeudo la ternura
y las palabras de aliento y el abrazo;
el compartir con todos ellos la factura
que nos presenta la vida, paso a paso.

A mis amigos les adeudo la paciencia
de tolerarme las espinas más agudas;
los arrebatos de humor, la negligencia,
las vanidades, los temores y las dudas.

¿Quién quiere perder eso? ¿Quién quisiera dejar ir tanta maravilla? 
Yo solo quisiera poder compartir esa factura que nos presenta la vida con algunos amigos (como antes), por momentos realmente me hace falta. 

viernes, 8 de junio de 2018

Hogar

Resultado de imagen para jaula de cristalHace algunos días quisieron entrar a mi casa a robar. Yo me aterré tanto que me quedé encerrada todo el día como quien protege un fuerte. Inmediatamente pensé que eso debe ser tener una casa: querer protegerla. Cuando vivía con mis papás mi preocupación habría sido que no les ocurra nada, que ellos no estén allí, que las cosas materiales se pueden recuperar. Fracamente, incluso en mi mismo cuarto, no me hubiera preocupado perder cosas o hubiera sido mi más mínima preocupación, pensar que podrían haberles hecho daño o que la impresión podía haberlos maltratado era lo que más me preocupaba. Sin embargo, en mi casa sentí una preocupación por el espacio mismo. No era tanto la preocupación de perder las  cosas materiales, sino era sentir que había un extraño del otro lado queriendo vulnerar mi puerta e ingresar a mi espacio, tocar mis tocas, pasar sus manos por el edredón de mi cama, respirar el aire de mis ventanales grandes y luminosos. Quise proteger la casa (el espacio), cuidar que nadie entre e invada mis cosas. Por supuesto tuve miedo por mí también. Pensar que alguien pudiera hacerme daño dentro de mi casa me aterró. Pensé: si entran cuando no estoy, que se lleven las cosas, no importa; pero, si entran y yo estoy aquí van a dañarme. Luego, reflexioné y pensé lo del espacio, que no quería que nadie lo invada, más que las cosas era el espacio, mi aire.
Me imagine encerrada en el cuarto mientras alguien recorría las habitaciones. Encerrada y escondida entre la cama y la columna. Felizmente no pasó nada, nadie entró, la casa y yo nos mantuvimos a salvo y todo no pasó de ser un susto. Pienso que no quiero que nadie toque mis cosas, no quiero que nadie cruce una puerta que no he abierto, quiero mantenerme arropa y custodiada por mis 4 pareces, por mi jaula de cristal.