Hogar
Hace algunos días quisieron entrar a mi casa a robar. Yo me aterré tanto que me quedé encerrada todo el día como quien protege un fuerte. Inmediatamente pensé que eso debe ser tener una casa: querer protegerla. Cuando vivía con mis papás mi preocupación habría sido que no les ocurra nada, que ellos no estén allí, que las cosas materiales se pueden recuperar. Fracamente, incluso en mi mismo cuarto, no me hubiera preocupado perder cosas o hubiera sido mi más mínima preocupación, pensar que podrían haberles hecho daño o que la impresión podía haberlos maltratado era lo que más me preocupaba. Sin embargo, en mi casa sentí una preocupación por el espacio mismo. No era tanto la preocupación de perder las cosas materiales, sino era sentir que había un extraño del otro lado queriendo vulnerar mi puerta e ingresar a mi espacio, tocar mis tocas, pasar sus manos por el edredón de mi cama, respirar el aire de mis ventanales grandes y luminosos. Quise proteger la casa (el espacio), cuidar que nadie entre e invada mis cosas. Por supuesto tuve miedo por mí también. Pensar que alguien pudiera hacerme daño dentro de mi casa me aterró. Pensé: si entran cuando no estoy, que se lleven las cosas, no importa; pero, si entran y yo estoy aquí van a dañarme. Luego, reflexioné y pensé lo del espacio, que no quería que nadie lo invada, más que las cosas era el espacio, mi aire.
Me imagine encerrada en el cuarto mientras alguien recorría las habitaciones. Encerrada y escondida entre la cama y la columna. Felizmente no pasó nada, nadie entró, la casa y yo nos mantuvimos a salvo y todo no pasó de ser un susto. Pienso que no quiero que nadie toque mis cosas, no quiero que nadie cruce una puerta que no he abierto, quiero mantenerme arropa y custodiada por mis 4 pareces, por mi jaula de cristal.
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