En una jaula de cristal

Siempre he querido escribir un diario, pero con un afán voyeurista. A pesar de ser reservada creo que cuando hay un incendio es bueno echarle un gran chorro de agua, por eso escribo esto como letras arrojadas al viento desde una urna transparente.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

El dolor

Es extraño cómo nos acostumbramos al dolor. Por estos días entre un tema médico y lo que significa no tenerlo, lo extraño. Extraño que me duela, que me haga querer rasguñar las paredes, clavarme las uñas en las palmas de las manos. Extraño ese dolor. Casi estaba tan acostumbrada a tenerlo que cuando no ha ocurrido he dejado de tomar pastillas para volver a sentirlo, para saber que aún está allí (y todo lo que eso implica biológicamente). Es casi como si quisiera castigarme por no tenerlo.

Extraño mi dolor, por mucho tiempo lo odie y luché contra él, pero ahora lo necesito para saber que todo está bien conmigo, con mi cuerpo. Extraño la costumbre del dolor. Ojalá y ahora apareciera y me tumbara y me inundara y me dejara en cama, con ganas de tomar mil pastillas. Si viniera el dolor se iría la preocupación y sabría que nada malo está pasando conmigo, que todo está bien, que todo es como siempre, que mi cuerpo no está cambiando, envejeciendo, mutando. Qué paradoja, me duele el dolor que no tengo.

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